martes, 23 de febrero de 2010

El bloqueo cerebral del niño

Hacerse pipí en la cama, tener rabietas o escasa tolerancia a la frustración, participar en un juego familiar o no saber perder pueden ser síntomas de una causa más profunda: "Un cerebro que está bloqueado". La mejor forma para entenderlo es explicar un caso concreto. 

Luis es un chico de trece años que acude por primera vez al médico. Los padres explican que, a los dos años, era un niño alegre, juguetón y vivaz, aunque algo sensible e inquieto. Comentan un desarrollo tardío del lenguaje, de modo que en la guardería les aconsejaron aplicar un tratamiento de logopedia desde los tres a los cinco años. La respuesta fue bastante satisfactoria.
En el parvulario les comentan que el niño tiene dificultades para discriminar las formas y que, a pesar de ser un chico listo, le cuesta aprender los colores. A los cuatro años les dicen que le cuesta distinguir las vocales y los números, que los hace al revés y, finalmente, le diagnostican dislexia. Por este motivo, se ponen en manos de una reeducadora y Luis recibe un tratamiento desde los seis a los nueve años. Repite el segundo y cuarto cursos de Primaria.

Los padres están desalentados porque han probado todos los sistemas: premios, castigos, amenazas, etc., para intentar que Luis se concentre, estudie y haga los deberes. Él empieza a estar muy deprimido, desganado y desmotivado, hasta el punto que ya no quiere ir al colegio porque no se siente a gusto con sus compañeros. La madre explica que a los cuatro meses de embarazo tuvo pérdidas y estuvo muy preocupada porque creía que iba a perder al bebé. El parto fue provocado y acabaron utilizando fórceps. Luis empezó a andar a los diez meses, después de haber usado "parque" y andadores.


Hace poco se detectó un desarrollo muy desorganizado de su psicomotricidad, con problemas para utilizar mecanismos de coordinación propios de su edad. También se evidenciaron grandes dificultades para mover bien los ojos. Los ojos de Luis son torpes, se mueven con lentitud e ineficacia y le impiden leer bien. Además, presenta un problema grave de visión en el ojo derecho que, hasta el momento, nadie le había detectado.


Es un niño diestro -escribe con la mano derecha-, que utiliza el ojo izquierdo como dominante. Por lo tanto, no ha conseguido construir un buen sistema de ordenamiento de la información a nivel cerebral. No posee unas coordenadas, se pierde en el espacio y en el tiempo.


A los seis años, sus padres habían recibido la noticia de que Luis tenía un coeficiente intelectual absolutamente normal. Y, efectivamente, es despierto, pero no sabe definir muy bien las diferencias que existen entre una decena y una centena y sigue sin entender las operaciones "llevando". Además de ser inteligente, es muy sensible y se siente enormemente fracasado al comprobar que no se aclara en el mundo de los códigos. Se siente muy distinto de los demás.

Esta historia corresponde a un caso típico de "bloqueo cerebral". Es el caso de un cerebro sano, que llega a este planeta después de vivir una amenaza de "muerte" al cuarto mes de gestación, que nace en unas condiciones ligeramente "traumáticas", pero llega a nuestro regazo con un riquísimo proyecto para desarrollar y que detiene su proceso de maduración en el momento en que se establece un choque intenso entre sus capacidades reales y las exigencias del medio. Si observamos a nuestro alrededor, seguro que podemos identificar alguno de estos niños que tiene algunas dificultades porque nadie ha descubierto la causa de su problema.

La raíz del problema es un trastorno de desarrollo que afecta a los mecanismos básicos de comunicación entre los dos hemisferios y una marcada pobreza de la función visual que bloquea totalmente el ojo derecho, que debería ser su ojo dominante. Imagínate cómo puede funcionar un "sistema nervioso" en el que el oído dominante es el derecho, el ojo dominante el izquierdo, los dos hemisferios cerebrales se comunican mal y trasvasan poca información y los mecanismos de respuesta parten del lado derecho (mano derecha).

No es de extrañar que el chico se haga pipí en la cama, manifieste en casa conductas que desesperan a los padres (rabietas, escasa tolerancia a la frustración, incapacidad para participar en un juego familiar y perder, etc) porque consideran que no supera la conducta de un niño de cuatro años. Después de diversas exploraciones se comprobó que, efectivamente, su nivel de desarrollo no supera los cuatro años, tanto desde el punto de vista afectivo, como de organización mental. Pero no debemos olvidar que es un chico listo e inteligente, que no ha conseguido construir mecanismos de codificación y decodificación y que está fraguando un futuro muy complejo.

La solución es tratar las causas y llegar a desbloquear el sistema Los padres aceptaron trabajar en las causas del problema y el propio Luis estaba con unas ganas tremendas de resolver sus dificultades y poder llegar a demostrar todo lo que sus sistemas de función pueden dar de sí. La clave del éxito está en entender el desarrollo infantil desde una concepción global.

Cuando un niño presenta un problema de maduración o de rendimiento, hay que estudiarlo primero desde el punto de vista funcional, hacer un diagnóstico causal y, en todo caso, remitirle a un profesional especializado en un tema determinado, que se considere prioritario. En el caso de Luis, se dio a los padres y a los educadores unas determinadas estrategias educativas: unos ejercicios para organizar el trabajo combinado de los dos hemisferios cerebrales y mejorar la respuesta motora, un tratamiento biológico que facilitara el desbloqueo y, además, la ayuda de un optómetra para mejorar la funcionalidad de su visión.
Lo que no se debe hacer es aplicar, indiscriminadamente, tratamientos dirigidos a suprimir o modificar los síntomas que presenta, siguiendo el procedimiento de la lógica simplista que propone: si el niño no se sienta, hay que colocarle sentado; si no anda, hay que ponerlo de pie; si no habla, hay que enseñarle a hablar; si no lee o le cuesta leer, tiene que leer una hora cada día; y si no aprende, hay que repetirle muchas veces aquello que no entiende.

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